un ruiseñor porteño cantando junto a la casa del perro.
Al medio día la sirena, las doce en punto marca,
la gente atolondrada, inconsciente marcha.
El perro se escabulle, el ruiseñor nada sabe,
el afán de libertad, hace que este corra como en una nave.
Cerca de la tarde, el gato no maúlla,
mas le vale al panadero, tener listas las hallullas.
Anochece en el puerto, la otra vida comienza,
cuando la luz se apaga, ya no se piensa.
Media noche de cometas, algunos de parranda,
cuantos sueños por soñar, la vida pasa y se nos va de tanda.